viernes, 10 de febrero de 2012

La sombra de Tlatelolco es alargada

"PUEBLO, ABRE YA LOS OJOS"
Cartel en las protestas de 1968 en Tlatelolco, México




Una sombra acecha. Esa vieja sombra que todos conocemos. Está ahí, siempre. A lo largo de los años pretende disfrazarse bajo múltiples apariencias. Es un parásito fuerte, cual garrapata tenaz ávida de sangre. Es uno de los animales más antiguos del mundo. Es uno de los sabores más amargos y metálicos, un olor de huevos podridos. Su color se parece al del cielo cuando va a llover; tiene el sonido del trueno. La codicia.
Se ha instaurado en grupos, sociedades, comunidades, empresas y provincias, aunque parece que le guste el mar. Parece que le gusta la playa, las palmeras (con su picudo rojo), parece que le gusta la fiesta, los casinos, los buenos trajes y Louis Vuitton. Le gustan los acontecimientos deportivos como la hípica, la vela, el tennis, la fórmula uno y ,cómo no, el golf. Le gustan las ciudades bonitas, con buenos y llamativos puentes, con Ciudades de las Artes y las Ciencias, sin barrios del Cabanyal que desentonen a la vista. Es muy devota, al Papa lo que es del Papa y a la Comunitat que le jodan.
Luego está lo que sobra... los institutos sin luz, ni calefacción, ni agua corriente, ni papel del váter, ni folios. No hablemos de becas, porque futuras no creo que otorgue muchas. Las ayudas inexistentes a la dependencia y un millar de feos y agujeros por tapar. Esas deficiencias que nos recuerdan  que no somos ricos, que no vamos al tennis ni nos vamos de mariscada los domingos, que nos pagamos la ropa que nos ponemos y que "lo normal (no) es un Vuitton". Ese moreno de bote que nos hace tanto daño a la vista, esos halagos vacíos que no dicen nada. Que Valencia está bonita a costa de nuestra educación, nuestra sanidad, nuestros servicios públicos. Que hacen lo que quieren con los que la votan y con los que no , también. Quitáos la venda de los ojos, porque no os representan. Que huele a gaviota, a gaviota podrida

jueves, 2 de febrero de 2012

Legañas

6.15 de la mañana. A currar. Ni se abriga, pasa demasiado calor en el tren y hasta el trabajo son dos minutos andando. Pero tiene frío en la cabeza, que ya empieza a clarear. Tendrá veinticinco  o veintiséis años y lleva cuatro trabajando en el mismo sitio. No quiso estudiar, no se veía capaz de ello. Cuando llegó el nano ya no tuvo que plantearse más cosas, era padre. Llevaba cuatro años yendo de casa al trabajo y viceversa. Los fines de semana al fútbol, con los amigos y los domingos, torrá. 
Una mañana de 2011 vio a un grupo de chicas sentadas y hablando, riendo y disipando el sueño. Universitarias. Venían de Gandía, de Xeraco o Tavernes. Bromeaban sobre los profesores, el fin de semana. Al entrar una de ellas se giró y lo ignoró completamente. No era raro ver a chicos jóvenes a las seis. Mucha gente iba a estudiar, pero mucha más a trabajar. Para cuando llegaba el tren a Cullera, en ocasiones, ya iba lleno.
Tren viejo, lleno de baches y traqueteos. Tren que hablaba, como los demás, pero a trompicones : "R-dalía ksxksxEstinació: València Stació del Nordksxksxksx" . Odiaba que el tren fuese lleno, pero era lo único que conocía por las mañanas. Tenía que ir con las piernas cohibidas debido al pasajero del asiento de delante. Eran unos asientos muy estrechos. Solo conocía la sensación de estar a sus anchas a la vuelta, en el tren de las dos. 
Una mañana que le tocó sentarse donde las universitarias, se puso los auriculares y se dispuso a ignorar su conversación. Sin embargo, le fue imposible. La música era incapaz de borrar las risas de las chicas. Vencido, se puso a escuchar lo que decían. 
Pero un día le tocó sentarse enfrente de una de ellas, que iba sola. La chica ya sabía quién era. Lo había visto antes. No sabía dónde mirar, si hacia las luces que asomaban tras el cristal, enfrente, a los lados, donde las abuelas también estaban cotilleando... de vez en cuando intercambiaban alguna mirada fugaz .Él también se había puesto en guardia al ver su actitud. Era solo una cría que lo inquietaba, con su forma de moverse continuamente, el reposo inestable de sus piernas, su continuo acomodo, sus miradas esquivas.
 Le ponía nerviosa, su simplicidad con los auriculares, su bolsa del Corte Inglés minúscula y archiusada y su manía de ponérsela entre las piernas, sus pantalones de chándal, sus deportivas "vintage" con muelles. Cohibida, no sabía dónde meterse. Ya no tenía el respaldo de las amigas que la hacían sentirse tan segura. Él también se había puesto en guardia al ver su actitud.  Así que un día de los muchos que se encontraron se decidió a leer, escuchar música o aparentar normalidad serena, como una gran balsa de aceite. Todo fue en vano, se fue al segundo vagón.