jueves, 28 de febrero de 2013

Un minuto más

Te has ido. No recuerdo por qué, pero te has ido. Recuerdo que hubo un tiempo en que las estaciones me fascinaban. Son el lugar donde se concentran uno de los cócteles más explosivos de emociones. Desde aquí puedo oír al nacional asiendo las esposas, preparado para interceptar viajeros sospechosos. Escucho un abrazo que colisiona de alegría, un encuentro furtivo en los baños. También unos tacones que chirrían de llevar horas de pie. Escucho una lágrima que no quieres que se escape.
Desde unos metros atrás del andén observo al monstruo que te lleva. Tiene los ojos grandes y brillantes y es enorme. Es más grande que yo. Me siento pequeño a su lado, me hallo impotente ante tu partida. Todas las tardes, recuerdo todas aquellas tardes que se nos hacían noches. Todos los bares y sus pizarras de menú. Hace un tiempo que te has ido y es de lo que más recuerdo. Las llamadas que me prometiste y que voy recibiendo a cuentagotas. Me acuerdo de que el monstruo en el que te fuiste salió a su hora, cual metro japonés frío y despiadado. Un minuto más...
Lo tenía todo planeado, no iba a ser fácil. Yo ando siempre de acá para allá, pero podíamos hacerlo. ¡Qué increíble robarle horas al reloj!. El teléfono es otro animal despiadado que filtra tu voz y la torna extraña. No se si estás rara, o triste o soy yo que te echo de menos y veo fantasmas por todas partes.
Un minuto más...
Necesito café. Estoy sentado en mi escritorio. Todo parece estar como siempre, pero miro los papeles y no me dicen nada. Bueno, parlotean, pero no puedo escucharlos. Necesito bajar a la tierra. Ya son las siete y nada...Llamarás de noche y tendremos poco que decirnos. Demasiados "te echo de menos" decir. Es frustrante. Solo espero que el monstruo que te llevó te haga volver. Sueño que te vas, sueño que no te encuentro aquí, sueño que te pierdo entre un millón de imágenes. No consigo verte...!
Suena un despertador.
Un minuto más...

domingo, 17 de febrero de 2013

Sábado

Emma la odiaba porque no lo entendía. Se alegraba de ver que su amor propio estaba restableciéndose de nuevo. Tras unos meses de receso, su amor propio era tan grande que prefería mostrarse fuerte cuando más débil estaba. Pretendía que Él lo adivinara, pero la mecánica masculina no es esa.
La cuestión es que la detestaba a Ella. Desde su liliputiense aspecto a sus ojos de perrito asustado. Desde su nariz informe hasta la irregularidad de sus dientes. Su carácter naíf y a la vez capaz de adorar lo extraño. Adoraba todo lo que era como Ella misma. La odiaba porque la tapaba a ella (si se ponía a su lado, la hacía chiquitita a sus ojos). Le era repulsiva porque Él adoraba todo eso también. La estridencia, las melodías que no son melodías, capaces de poner al cerebro humano en guardia y sobresaltarlo. Era la música que necesitaba el individuo para probar la realidad. Quería saber si de verdad estaba ahí. Podía experimentar con las calaveras, con el estruendo humano. Pero sobre todo, parecía que le fascinaba la expresión de la emoción humana más profunda. Lo más irrisorio, lo más macabro, lo más desgraciado. Emma no sabía por qué lo hacía. Solo sabía que Él aún pensaba en Ella. Y con tal de no descubrirse, corrió el telón a toda prisa. Dio por finalizado todo, los paseos, envolverse dentro de su cama y con Él. No quería admitirlo, al menos delante de Él. Que había terminado por perderse y ya no sabía dónde estaba. Y le echaba la culpa a Ella. Porque Emma debió cruzarse antes en su camino. Porque el tiempo les jugó una mala pasada. Y sobre todo, porque ella no estaba preparada para sentir de nuevo así. Pero recordó que hace unos años era una ostra, pero al menos era fuerte. Tenía todos los arrestos del mundo. Sabía quién era, solo que a lo largo de estos dos años había permitido que se le olvidara. Llevaba semanas esperando una señal, una señal de Él, que nunca había sido para Emma. Había sido una visión. Emma había atravesado corriendo el oasis para ver un espejismo.