viernes, 9 de marzo de 2012

Doctoretas

"No sufráis, niñas..."
Much ado about nothing , W. Shakespeare

Hace una tarde soleada de verano. De esas que recalientan la piscina. Dos niñas han ido a caminar por la senda asfaltada al lado de los campos de naranjos. Todo el camino está bordeado por acequias donde las ranas se esconden. Una de las niñas se ha caído. ¡Siempre se cae!. Incluso cuando va despacio, parece que vaya a tropezar con sus propios pies. Y sus rodillas...¡Ay sus rodillas! Tienen más accidentes que un mapa de costas.
La niña llora desconsoladamente, pero hace menos ruido que su amiga cuando llora, que es una exagerada. Con el tiempo, para no dramatizar, la otra niña aprendió a no caerse. Era más bajita que su amiga, la pilla-liebres, pero más flaca y veloz. Siempre ganaba las carreras y sabía ir muy bien en bici¡Hasta con una mano!. En cambio, su amiga, casi su familia si se le metía entre ceja y ceja que era la princesa Yasmin, cuando jugaban, lo era. Siempre estaba fantaseando. Juntas mareaban al vecino de al lado. Juntas hacían pócimas. Machacaban toda suerte de flores y plantas del terreno y las recocían en el agua recalentada bajo un sol de justicia.
Juntas, les gustaba espatarrarse tumbadas en las dunas de la playa y ver pasar los escarabajos por encima de sus barriguitas. Les gustaba jugar hasta pringarse, hasta acabar exhaustas. El traje de los domingos no existía para ellas, que era cuando se juntaban. A medida que fueron creciendo pasaron de buscar "petorrets" para que chisporroteara la chimenea, a intercambiar la ropa de las Barbies, a "maquillarse" con barro : -¿Me queda bien?- preguntó la mayor. " JAJAJAJAJAJAJAJA" reía la pequeña.
Un día entraron en una recámara subterránea y casi diseccionan el esqueleto de un gato fosilizado con las manos. Las salvaron las de las infecciones las alergias de la pequeña, que no paraba de estornudar y finalmente, desistieron.
Cuando jugaban en la habitación, la pequeña se enfadaba, porque luego sus padres la obligaban a recoger todo a ella. Se querían, se peleaban, competían, jugaban, se corregían, sin parar. Era una suerte de bendita bipolaridad infantil.
A medida que crecieron, conservaron esa complicidad que tenían, aunque no sin esfuerzo. Su amistad creció por su natural rivalidad, siempre sana. Un día llegó a un punto de confianza absoluta. Fue el principio del fin. Hacerse mayores, vivir en la misma realidad con versiones diferentes de ella y casi siempre, enfrentadas

viernes, 2 de marzo de 2012

Gigante de barro

Se me cierran los ojos. Me dejo caer, la calefacción,¡Qué gloria!. Me escucho carraspear, no sin esfuerzo y pienso en el frío que hace. En que tengo los pies congelados. Cuando piso el tren, me los vuelvo a sentir. Y una paz me invade, serena, de melodía aterciopelada. A través del cristal veo mi reflejo encorvado tras años y años de mala postura. Pero es que estoy vencido; así me siento cuando subo al tren. Es como si cada vez que subo muriese un poquito. Me pesan los ojos, mis piernas acarrean dos kilos más de lo normal. De pronto, me empiezan a escocer las manos y pienso: "una hora y estaré cenando". Pero no me importa tanto cenar como dormir. La sombra bajo mis ojos me delata, también mis arrugas eternas. Pienso que tengo los hombros entumecidos de llevar mi guitarra a cuestas. Temo que se me vuelva a caer, pues ya no habrá otra...
Me paso la mano por la cabeza, tengo las manos chillando por los sabañones y el estómago hinchado de no probar nada. Dejé abandonado al perro para no comérmelo. Parezco terrible, pero amo los animales. Creo que son más dignos de estar en este mundo que las personas, en ocasiones.
Voy en el tren y pienso que me queda una hora. Una hora y ya estaré en casa. Que mi madre me ha puesto sopa caliente en la mesa y que queda pan de hoy. Si pienso en eso, igual tengo un buen despertar. En una hora...

El hombre salía de la estación por la puerta de entrada de los autobuses. Arrastraba su guitarra y se tambaleaba. Estaba sereno, pero consumido. Consumido por la fiebre, consumido por el frío, consumido por la lluvia y por la vida. El hombre que se esperaba siempre a Tavernes para empezar a tocar la misma canción. El hombre que cogía el tren de las 08.55 para ganarse el pan, se cayó. Se desplomó como un muñeco de nieve, como un gran espíritu. Como un gigante de barro.