El sol ha brillado todo el día y tu piel está quemada por el
sol. Quemada por el sol y los excesos. De repente descubriste un julio en pleno
enero. Milagrosamente, en vacaciones de Navidad has cogido tu camiseta de Audrey Hepburn de manga
corta y hace un tiempo increíble para vestirla. Os levantáis a las diez y
media, consigues que se levante, sonriendo. Una brisa que entra por la ventana
os sorprende y te preguntas si te ha explotado ya el corazón. Vais a la playa,
llena de roquitas. Le miras a él y por un momento te sientes en casa. Por un
momento. Piensas pasar el mejor día de
tu vida, por ti y por él. Decidiste sorprenderle, en un viaje relámpago,
volviendo a casa por Navidad, como el turrón. Piensas en que no tienes ni idea
de lo que os deparará el año. Nada puede ser peor que noviembre. No pisas los
quintos hasta meses más tarde, cuando casi has acabado exámenes y te ronda la
cabeza la idea de quizás ya no le necesitas, sin saberlo. Esa mañana de enero
te mira como perdonándote la vida. La noche anterior la almohada sabía a sal
mientras te tragabas todas tus lágrimas. Piensas que seguirás magullada el
resto de tu vida por su culpa. Y silenciosamente esperas para vengarte. Porque
ni siquiera alcanza a conocer lo que te ha hecho.
No conoce el tacto del tapiz del tren, o del autobús cuando
dejas a alguien atrás, solo el de la cama, cuando tienes cogido a alguien por
sus arrestos, y lo llamas “amor”.
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