El frío se apodera del ático continuamente. He oído lamentos
procedentes de la araña del techo. Mi Héctor dice que son de Cassandra. Ya lo
abandonó una vez, no sé por qué demonios querría volver. Bueno, se quedó con
sus acrílicos. Y eso lo se porque no para de hablar de ella. Cada anécdota que
le cuento o cada comentario viene acompañado de un divertidísimo recuerdo. Cómo
ella le despertó un día, las cosas tan raras que comía o la fiesta sorpresa que
ella le preparó.
Héctor estaba seguro de que Cassandra habitaba en el ático bajo la forma de un
fantasma. Por eso, gastó todo el dinero del subsidio en aparatos de
radiofrecuencia, con amplia visión de espectro y demás aparatos. Por las
noches, andaba con la expresión espantada, de ojos abiertos. Esperaba atento a
cualquier ruido anormal, a todo lo que cambiaba de sitio por fuerzas
paranormales. Un día se me ocurrió cambiar un jarrón de sitio y casi le da un
ataque.
Yo tenía que madrugar por las mañanas para ir a la clínica
de nutrición. Tras tres noches de juerga, ruido por aquí, lamento desesperado
de alma en pena por allá, tuve que
decirles que bajasen la voz de sus correrías. Una noche no pude más que
felicitar a Cassandra por su increíble dramatización al manifestarse. “Cielo, queda lasaña del mediodía en la
nevera” le dije a Héctor bostezando.
Sobre las seis volvía conmigo a la cama, matando mi última
hora de sueño, sin piedad. A las siete sonaba mi despertador. Y con los ojos
abiertos me incorporaba a apagarlo. Una
lástima que Cassandra no se personase para tirárselo a la cabeza…
Por el día dormía o estaba meditabundo. Deambulaba por la
casa como ido. Si Cassandra tenía más ganas de fiesta, rápidamente armaba
cualquier estruendo. Golpeaba las paredes, abría las ventanas de par en par, los
grifos se abrían “solos”. Muy original, sí. Héctor corría al armario del salón
a coger sus aparatos de buscar fantasmas con los ojos brillantes. “Seguro que
no encuentra las llaves y se está volviendo loca, jajajajjajajajajjajj. Es tan
despistada!” decía henchido de felicidad.
Llaman al timbre. Estoy de vacaciones. No se qué es peor, si
trabajar o estar en casa.
Sorprendentemente, me he levantado de buen humor. Las doce. El cartero
llama al timbre. Carta certificada. Lo oigo subir por las escaleras, intrigada.
Se presenta ante mí con su uniforme amarillo. No se ha sofocado por subir
andando hasta el ático. Es mi héroe de la semana. “Aquí está. Sí, tienes que
firmar aquí”. Sonríe. Tiene cara de buena persona. Unos ojos grises muy bonitos, sí. En fin, que firmo.
Un ruido de impacto se oye desde el interior del ático. La
araña se ha caído. Gritos de dolor. Pero dolor de verdad, dolor de persona. ¡Ay
Dios, Héctor!
La lámpara de las narices se le ha caído encima. La silla
está en el suelo. El cartero entra conmigo al oír el escándalo. “¡Cassandra! Se
va para siempre” dice lamentándose profundamente. Se sujeta el hombro, parece
que le duele. Está hecho un Cristo, con la lámpara encima. Pero, está llorando
como un niño por Cassandra. El cartero llama a la ambulancia. “Cinco minutos,
dicen”. De repente, se me ilumina la cara en meses. Héctor cree oír algo en el
pasillo. Se vuelve y se retuerce llamando a la nada, aún en el suelo.
“¡Héctor, allí está, se está escapando por la ventana!” le
digo. Se revuelve hacia el otro lado, esperanzado.
“¿Vosotros no hacéis descanso para almorzar?” le digo al
cartero. “Y así aprovechas y me miras el móvil, que lo tengo mal”.
“Qué le pasa?” me pregunta divertido.
“Que no tiene tu número”. Sonrío.
Jeje, muy bueno. Me ha gustado mucho :)
ResponderEliminar¡Un besazo!
Muchas gracias por pasarte Ana, me alegro :)
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